
27 Oct VIAJE DE OTOÑO A LA SERRANÍA DE CUENCA 25 AL 27 OCTUBRE
SEGUIMOS HACIENDO CAMINOS CON MALETA.
Alguna vez aprendimos que era posible sumar infinitos sumandos y sin embargo, obtener una suma finita. Curiosa analogía la que podemos establecer, entre el trabajo arduo, continuo y preciso de quienes, desde la Comisión de Jubilados, aproximan la Satisfacción de sus Miembros. Cada actividad y cada viaje nos acerca de manera muy significativa al OBJETIVO, quedando apenas nada para la plenitud.
Será el que nos ha llevado a la Serranía de Cuenca, evidencia de que seguimos sumando.
Eran horas matineras del 25 de octubre, cuando el autobús con la bodega llena de maletas, iniciaba camino desde la CHJ, que como siempre, había sido el punto de concentración.
En Requena, bocadillos, bebidas y olivas, esperaban a los veintiséis viajeros de la expedición. La perfecta atención del lugar nos permitió resolver los otros aspectos “técnicos” de la “no juventud” y continuar hacia el destino más inmediato, Cuenca.
Al llegar, Cristian, guía donde los haya, nos sorprendió por los abalorios que utilizaba: en cada oreja dos aros plateados, en sus dedos cuatro anillos, mayores incluso que los del Obispo, y dos cruces en el cuello. De verbo “fácil” y fluido, planteó lo inmediato, subiríamos en autobús a lo más alto y desde allí descenderíamos, ahora paseando, al ritmo de sus explicaciones.
Supimos que Cuenca es Patrimonio de la Humanidad. Que su Catedral es la sexta de Europa en tamaño. De los Mendoza, de los Trabucos. De la Ermita que acabó siendo Parador Nacional. Supimos que Perales era muy admirado, que tenía una casa con terraza desde la que componía y que más tarde vendió, hoy es un restaurante. A lo lejos, vimos el monumento al Sagrado Corazón de Jesús, y estuvimos junto a la obra para la construcción de la Tirolina que será la más larga de Europa. Supimos que debe decirse Casas Colgadas y no Colgantes.
Las colaboradoras en la “gestión reservada” de la Comisión, empezaban a adquirir los regalos que, en algún momento de cada viaje, recibían las Camineras”.
Era la hora de comer y de bajar un interminable número de escalones hasta llegar al restaurante, valió la pena.
El Ventano del Diablo nos esperaba con la espectacularidad de sus vistas y el vuelo majestuoso de los buitres leonados, que junto a las águilas reales de otras zonas dominaban el espacio de sus presas.
Tras visitar la Laguna de Uña, terminó la actividad del día y llegamos al hotel de Tragacete en el que estaríamos las dos noches del viaje. Después de lo andado, poca importancia tiene decir que las habitaciones estaban en dos pisos y que no había ascensor. Éramos los únicos ocupantes con las ventajas en la atención del personal. Acabada la cena, un ligero paseo por un pequeño y solitario pueblo, permitía ver un cielo sembrado de estrellas como en pocos sitios puede verse.
El segundo día comenzaba con la visita al nacimiento del rio Júcar. Empezamos la marcha por la entrada a la Cascada del Molino de la Chorrera, a la que llegamos tras un largo recorrido por un sendero ascendente. A veces pienso que en la Comisión de Jubilados, al menos en los viajes, hay una capacidad especial para superar muchos retos. Cada marcha, exige la vuelta y llegar al autobús que nos situará al principio de la siguiente. En este caso era el nacimiento del rio Cuervo y la cascada próxima a él. Algunos llegamos a verla derramando un gran caudal, eran otros tiempos, ya lejanos, hoy solo la huella que el agua fue trazando y un hilillo en el nacimiento. Tras un paseo por el precioso entorno, eternizando sus imágenes en videos y fotos. Iniciamos la marcha en busca de la comida, especialmente deseada por la falta del bocadillo de almuerzo y la marcha que en nuestra condición fundamental de abuelos, no es habitual. Apenas habíamos andado unos metros, Vicente, nuestro chofer detuvo el autobús. Teníamos que cruzar la Cañada Real, que estaba ocupada por cientos de ovejas trashumantes desde los pastos altos de verano, a los bajos de invierno. Tuvimos la oportunidad de ver el trabajo de los perros de los pastores, que debían reconducir la corriente ante un giro de noventa grados. La experiencia se prolongó durante unos minutos y reanudamos la marcha.
El restaurante sació expectativas, tanto por lo comido, lo bebido y la atención. Seguimos hacia La Ciudad Encantada y tras algún “Momento Técnico” entrada con nuestro Guía Cristian. Nos comentó que la propiedad de la Ciudad es de la familia Correcher, con origen en Valencia, aunque los descendientes residen en otros lugares. Toda la zona estuvo cubierta por el mar Mediterráneo, movimientos geológicos y el paso del tiempo, mucho tiempo, produjo el retroceso de las aguas y con él y otros factores, la erosión en las rocas que adquirieron formas, tan próximas a lo real, como la imaginación de cada cual estime. Conocimos la pequeña planta venenosa llamada Lechetrezna, y cuya sabia es altamente tóxica. Se cuenta que los pastores la utilizaban para estimular sus testículos a modo de Viagra. Encontramos también el Tejo, arbusto igualmente venenoso.
La grieta ocasionada por una Diaclasa, fue habilitada por los pastores para facilitar el paso del ganado. Por ella caminamos y sentimos su estrechez en algunos tramos. El Liquen Amarillo o “mal de las piedras” como decía Cristian, se veía en algunas rocas del camino.
A la salida de “tanto encanto”, nos sorprendió la presencia de “mama ciervo” y sus dos hijos que se acercaban en busca de comida. El autobús esperaba para llegar al hotel.
Terminó la cena, y aquella ventaja de ser los únicos ocupantes, permitió que el Presidente, la Mano Inocente y la Jueza de Recepción, cumplieran con éxito. Mañana será el último día del viaje de otoño y tras el desayuno volveremos a llenar con maletas la bodega del autobús.
Salimos hacia Cueva del Hierro y allí visitamos la mina de hierro. Este cronista se siente incapaz de describir las imágenes de cada cual, con su casco de minero y sugiere, por tanto, que de alguna manera se inmortalice para la posteridad. A la salida, algún café y lotería.
En Puente Vadillos esperaba el guía para iniciar la gran escalada por el Recorrido Botánico, de mucha duración y tipos de vegetación. Pasamos por Beteta para tomar dirección hacia Villalba de la Sierra, donde esperaba la comida. La falta de alguna variante, hizo que un pueblo se impusiera en nuestro camino y que fuera necesaria la habilidad de Vicente para salir del problema.
Tras la comida, el nuevo destino Motilla del Palancar. Muchos llenaron bolsas con quesos y embutidos.
Con el proyecto acabado, pusimos rumbo a casa. En otros viajes era la hora del silencio de las siestas, pero empezó a sonar “música de entonces”, la de nuestros años jóvenes, la que nunca se jubilará aunque lo hayamos hecho nosotros. La que nos hizo soñar tanto, que todos recordábamos la música y las letras. Descubrimos que la Coral De Caminos, acababa de apuntar alto y firme.
Sin nombre, gracias al que preparó el concierto.